El hecho de que fijemos más fácilmente en la memoria experiencias emocionales que nos han impactado habla de nuevo de la adaptación de las emociones. Recordar aquello que nos ha producido tal sensación mejora nuestras posibilidades de sobrevivir. Esto se traduce en lo que se conoce como memoria genética. Es el programa básico que viene instalado en nuestro cerebro al nacer, y que continúa primitivo a través de miles de años impermeable a la evolución.
Este hecho se debe a la noradrenalina, la llamada hormona del estrés, un neurotransmisor que activa la amígdala, la parte del cerebro que consolida la memoria.
Esto también puede provocar el hecho de que se fijen en nuestra memoria situaciones de carácter dramático, desencadenando a posteriori lo que conocemos como trauma.
El neurólogo y psiquiatra Boris Cyrulnik director de enseñanza en la Universidad de Toulon en Francia es neuropsiquiatra, psicoanalista y etólogo, siendo uno de los expertos a nivel mundial en términos como la resiliencia, la capacidad de sobrevivir al trauma.
Este médico judío vio con seis años morir a sus padres en un campo de concentración nazi. Después de divagar sin rumbo una familia lo acogió y le ofreció un hogar y todas las condiciones para superar el trauma. Se especializó en el comportamiento del cerebro humano y ha realizado la ponencia más importante hasta el momento sobre el trauma y la resiliencia.
En psicología resiliencia es una metáfora procedente de la mecánica, en la que una barra de hierro resiste un golpe y es capaz de volver a su forma original.
Cyrulnik defiende la capacidad de olvidar, y partir de cero, de volver a crecer sobre uno mismo. El afecto es el gran tejedor de la resiliencia, con que haya una persona en la vida del herido que le escuche, le acompañe y restablezca el vículo roto, se comenzará a recuperar física y emocionalmente.
“Todos los días uno tiene que abandonar su pasado o aceptarlo, y entonces, sino puede aceptarlo, se hace escultor.”
L. Bourgeois
L. Bourgeois
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